Hacía demasiado tiempo sin volver a The Cure. Desde aquellos sus primeros magníficos Lps "The Imaginary Boys", "Seventeen Seconds", "Faith", "Pornography", "The Head On The Door" (1985), dejé a la banda inglesa aparcada en la inmensa nave del olvido, la mano femenina ya no mecía la cuna. Casi 35 años pasando a su lado sin prestarles atención, ni siquiera sus dos últimos conciertos en Madrid (2016 y 2022) llamaron lo suficiente mi interés para acercarme a verles en directo... vale, si..., artículos, referencias dispersas, notas de prensa, vídeos en youtube, comentarios esporádicos mantenían viva una bandera que apenas ondeaba.
Conforme iba terminando el año un inesperado runrún recorría las calles, las convertía en avenidas. En ese aun no lejano mes de Noviembre se publicaba "Songs Of A Lost World", última grabación en estudio desde aquel ya distante "4:13 Dream" de 2008. Todo aquellos caminos coincidían. Este disco de The Cure es una auténtica delicia, un muy acertado regreso al mejor nivel compositivo de Robert Smith, la excelente revitalización de una banda a la que se daba ya como más que amortizada, acaso superada por las circunstancias de una evolución de los gustos musicales más que discutible.
LLevo escuchando este "Songs Of A Lost World" en bucle, un día tras otro, semana tras semana, sueño tras sueño; cambio de plato cada dos por tres, coloco la silla en la mitad de la habitación para conseguir una mejor audición de los altavoces, vuelvo a mi posición habitual mientras escribo, he leído las letras con la emoción de un primate, saboreo pequeños sorbos de pacharán, apenas me distraigo mirando el teléfono móvil, meso una barba ya crecida, cambio de posición en la cama, tomo notas a altas horas de la madrugada (es solo entonces cuando bendigo el maldito insomnio). Paso una vez más el cepillo por la aguja. Robert Smith ha capturado mi tiempo, la deshora feliz que eleva la mente hasta cimas arrugadas de celofán, aquel deseo realizado que siempre agradece la vida.
Cuatro temas por cada cara, no hace falta más. Todos ellos, "Alone", "And Nothing Is Forever", "A Fragile Thing" y "War Song" en la A, "Dron: No Drone", "I Can Never Say Goodbye", "All I Ever Am" y "End Song" en la cara B, transcurren sin cronómetro, no importan los minutos, ni la duración efectiva del disco, el sonido transporta al oyente a la dimensión que él mismo elija. Yo he optado por querer convertirme en el hombre que nunca existió (o por jugar al hombre sedado), cerrar los ojos e introducirme en la imagen de la portada del disco, un busto que sueña un sueño de piedra, desde la parte superior se elevan otros acantilados, mientras mis labios esperan anhelantes el beso de ella, araña de arena.
En cada canción se alza un cometa que se va conformando según se desarrolla su respectiva melodía, se va modelando así la visión panorámica del espectador, atónito en su órbita la elipsis se repite una y otra vez, es partícipe de un viaje del que muy probablemente no quiera volver. Magnífica la instrumentación, las capas de teclados, las líneas de guitarras y bajos, la extraordinaria puntuación de la batería, el sutilísimo acople del piano, la voz de Robert, perfectamente ensamblada en la etérea magnitud de la obra. Flota el oyente en un ambiente de placebo abierto, sin dimensiones geográficas, sin parajes a priori conocidos, desde la zona del fondo abisal hasta el espacio más lleno de vacío. Navegar sin velas.
En los textos de las canciones Robert ha optado por transmitir su experiencia de homo finitus, consciente de su declive físico, relator de un viaje de vuelta en el que el recuerdo del tiempo pasado pesa como una losa, las canciones de un mundo a punto de ser perdido, al final de los créditos aparecen casi escondidos unos breves versos de John Keats..."Y cuando yo sienta, justa criatura de cualquier instante / Que nunca más volveré a verte / Nunca más degustar el irreflexivo amor de tu poder mágico / Entonces, en la orilla del amplio mundo Yo estaré solo, para pensar / Que hasta el amor y la fama sucumbirán a la nada".
"Nothing / Nothing / Nothing", las tres mismas y últimas palabras con las que finaliza el disco ("End Song") chocan contra una grandiosa linealidad melódica mantenida durante todo este "Songs Of A Lost World". Grabación sin picos ni valles, sin coros, sin puentes, sin riffs de guitarras (salvo un atisbo emocionante en "Drone: No Drone"), sin estribillos cansados, sin canciones preferidas, todas lo son, todas curan. Cuando me recupero, las aspas de un viejo ventilador siguen revoloteando contra una pared desnuda.
A Lucía, las dos.
https://mega.nz/file/mBdFBJqT#i1eHInr7fu3pwvJxugwLdBjLrPmkX2FRGVEEa7kcZ-A
ResponderEliminarSolo me sonaba
ResponderEliminarde ellos Lullaby ,
cuando mas les
preste atencion,
es cuando salio
la pelicula El
Cuervo, ellos
estan en su
banda sonora .